miércoles, 7 de octubre de 2015

Los cuentos de mi abuelo el coronel


Que vamos a leer?
Resultado de imagen para Los cuentos de mi abuelo el coronel
“Tenía cinco años cuando mi abuelo el coronel me llevó a conocer los animales de un circo que estaba de paso en Aracataca. El que más me llamó la atención fue una especie de caballo maltrecho y desolado con una expresión de madre espantosa. “Es un camello”, me dijo el abuelo. Alguien que estaba cerca le salió al paso. “Perdón, coronel”, le dijo. “Es un dromedario.” Puedo imaginarme ahora cómo debió sentirse el abuelo de que alguien lo hubiera corregido en presencia del nieto, pero lo superó con una pregunta digna:
–¿Cuál es la diferencia?
–No la sé –le dijo el otro–, pero éste es un dromedario.
El abuelo no era un hombre culto, ni pretendía serlo, pues a los catorce años se había escapado de la clase para irse a tirar tiros en una de las incontables guerras civiles del Caribe, y nunca volvió a la escuela. Pero toda su vida fue consciente de sus vacíos, y tenía una avidez de conocimientos inmediatos que compensaban de sobra sus defectos.
Aquella tarde del circo volvió abatido a la casa y me llevó a su sobria oficina con un escritorio de cortina, un ventilador y un librero con un solo libro enorme. Lo consultó con una atención infantil, asimiló las informaciones y comparó los dibujos, y entonces supo él y supe yo para siempre la diferencia entre un dromedario y un camello. Al final me puso el mamotreto en el regazo y me dijo:
–Este libro no sólo lo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca.”

Gabriel García Márquez (Prólogo al diccionario Clave de la editorial SM)

Es inevitable al leer el comienzo de este prólogo, que para un diccionario escribió García Márquez,  no rememorar las primeras palabras de la que es sin duda la más famosa de sus obras, Cien años de Soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. “
Dos niños que de la mano de un adulto  son invitados a conocer el circo y el hielo, dos simples gestos que son en realidad una iniciación al mundo. El conocimiento como elemento clave, el aprendizaje, la experiencia, unido todo ello a la irrenunciable capacidad y necesidad  de contar,  son algunas  de las señas de identidad de este gran escritor que fue García Márquez. Lo son de muchos otros pero hay algo muy especial  para que las historias de este periodista que nació en Aracataca Colombia en  1927, hayan alcanzado cotas elevadísimas de popularidad,  algo que podría explicarse con una frase quizás fácil, quizás que roza la cursilería, pero  Gabo, apelativo que muchos  usan  como si les uniese un relación de afecto personal con el escritor dado que así casi parecen sentirlo, ha sabido hacer soñar a millones de lectores. ¿Acaso no es Macondo uno de los más elaborados sueños que nos ha dado la literatura  en los siglos recientes?
Como bien se aprecia también del título de sus memorias, Vivir para contarla,  todo nace de la experiencia, de la propia o de la ajena, especialmente en alguien que muchas ocasiones ha trasladado su tarea de periodista y cronista al terreno de  la novela.
Puede resultar poco original a estas alturas  que alguien señale entre sus obras favoritas libros como el citado Cien años de soledad, El otoño del patriarca,  El amor en los tiempos del colera, El coronel no tiene quien le escriba, siendo esta última la favorita del propio autor.  Pero sería un acto de esnobismo,  de fingida voluntad de no pertenecer a una mayoría rechazar tal hecho en mi caso.
El primer libro que leí de García Márquez fue Relato de un naúfrago a los trece años, la edad indicada para que aquella aventura épica  me dejase completamente fascinado, sin entender tal vez esa doble o tripe lectura, sin percatarme  que en realidad se hablaba de la complejidad de  condición humana, de la soledad del individuo frente a un mundo que nos puede resultar muy hostil, de la lucha por la supervivencia llevada al límite o incluso de las consecuencias políticas del hecho,  teniendo en cuenta los problemas que su publicación acarreó al autor. Aquel soldado perdido en medio del  mar era para mí un héroe más de aquellos que había  conocido en cuentos  para niños.
Con los años son muchas las veces que he visitado todos esos mundos que alguien con acierto describió como realismo mágico y que surgían por doquier en la obras de otros muchos autores coetáneos y también necesarios. Mundos que hicieron crecer una pasión quizás demasiado idílica y falseada por todo un continente
Y si Cien años de soledad o Crónica de una muerte anunciada colmaron las expectativas  con las que me acerqué a ellos, fueron dos de los relatos de Doce cuentos peregrinos, La santa yTu rastro de sangre en la nieve, los que se colaron en lo más profundo de la memoria con esa irrealidad en el fondo tan humana. Me enseñaron que aquí y ahora, en este mundo a veces excesivamente gris, hostil,  hay milagros  o historias de amor cercanas a lo imposible.
Algo de tristeza sí hay en estas despedidas, puedes echar de menos a quien te hizo soñar.

0 comentarios:

Publicar un comentario